Entré por el jardín, era la primera vez y un día frio y lluvioso del mes de enero. Estaba oscuro, desapacible aunque recuerdo que la luna se intuía entre las nubes. En aquel momento no imaginé los buenos ratos que pasaríamos en el. Pero volví a menudo, en familia y descubrí cada rincón de ese jardín apacible y luminoso. Cada temporada podía descubrir sus flores, sus exuberantes plantas.
Esa gran Glicina abrazada a la columna.
Los membrillos y el gran pino de los ruiseñores.
El olivo, con su tronco viejo y siempre rodeado de margaritas blancas.
Los potes preparados para una tarde de sueños.